Como se puede apreciar en las fotos mostradas, la belleza de la madera envejecida por el uso intenso, como en este restaurante, no es solo visual, sino profundamente simbólica y emocional. Es el resultado de un diálogo entre el material y el tiempo, entre la función y la presencia humana. Es una muestra de la transformación de la madera a través del tiempo, con una historia que va más allá de su función práctica.
A nuestra manera de ver la madera en Sant Just Parquets, cuando se instala por primera vez, aun mostrando toda su belleza, tiene una apariencia pulida, incluso impersonal. Es bella, sí, pero todavía sin historia. Con el tiempo y el uso constante comienza una lenta metamorfosis: marcas de muebles, rasguños de zapato… Cada zona desgastada por las personas va esculpiendo una memoria colectiva en su superficie.
En el caso de un restaurante, en este caso mostramos el Hofbraeuhaus de Munich, en el que se aprecia un envejecimiento que, lejos de ser un abandono, es un testimonio de la madera absorbiendo la vida cotidiana: manchas de vino de comensales, el calor de las conversaciones de sobremesa… Cada imperfección que aparece aumenta su belleza y refleja su autenticidad.
A diferencia de otros materiales más fríos e inertes, la madera está viva, se oscurece, se suavizan biseles, adquiere un tono más cálido, como si incorporara el poso de las personas que han pasado por allí. Y esta no es una belleza que se compra, sino que es una belleza que se impone con el transcurso de los años.
Además, nos encontramos ante una dimensión filosófica en este desgaste: la madera envejecida refleja la idea de que lo usado, lo imperfecto, lo transitorio, puede ser más hermoso que lo nuevo (Wabi-sabi japonés, que encuentra valor en lo incompleto y lo imperfecto).